viernes, 31 de octubre de 2008

El Renacer


Dulós:
Todavía hoy no recuerdo en qué momento ni cuándo desperté de la operación. Me intervinieron el martes 23 de septiembre a las tres de la tarde, y no se si volví a la consciencia el mismo martes por la noche, el miércoles por la mañana, por la tarde… o por la noche. Enfermeras cambiándome el suero y comprobando los cuatro drenajes, palabras de aliento a mis oídos, la puerta de la habitación abriéndose y cerrándose, manos temblorosas acariciándome la frente, y dolor, mucho dolor en el pecho que apenas se apaciguaba después de cada nueva dosis de nolotil… Pero lo que si recuerdo de una forma muy clara -como si fuera una evocación de aquellas que de niños nos marcan y traumatizan que nunca conseguimos olvidar- son las horas -más de tres- que pasé en la sala de reanimación. Con todas las fuerzas de que disponía -que quizá no serían muchas- gritaba y lloraba pidiendo ayuda y calmantes. Me sentía como el soldado al que una bomba ha arrancado medio pecho y que yace en el suelo a merced de la muerte. Así era el dolor que yo sentía, como el soldado mutilado que se desangra…un sufrimiento tan fuerte que parecía que el mismo diablo se hubiera instalado en mi propio cuerpo.

Ya acostada en la cama de la habitación del hospital, -sin pechos, por supuesto- de repente me di cuenta de que comía, hablaba, bostezaba, miraba la televisión… ¡Había vuelto a la vida! Y sin reparar en ello, estaba contenta, feliz y alegre. ¡Qué incongruencia! Escuché lo que quería que me dijeran: “la operación ha ido muy bien. El cáncer no ha llegado a los ganglios.” La espada dejó de pender a un milímetro de mi corazón y ahora, por primera vez en mi vida, me sentía viva de verdad… Y de lo más profundo de mi ser nació una angustiosa necesidad de saborear cualquier segundo que la nueva existencia me regalara. Me sentía como una muñeca de porcelana plana de pechos pero bella, guapa, y de piel suave. Y también guapa por dentro. Hice reír a todos los familiares y amigos que vinieron a visitarme -que fueron muchos- …a algunos de ellos, incluso fui yo quien tuve que animarles y asegurarles que mi vida sería muy, muy larga. Pero durante esos felices días de renacimiento a la vida todavía no era consciente de que me quedaba mucho por descubrir de mi propio cuerpo mutilado…

Estuve 6 días en el Hospital de Madrid Sanchinarro. Los primeros días era incapaz de mover ni un solo músculo de mi cuerpo. El dolor era insoportable. Las tres primeras noches no dormí ni un solo minuto. Eduardo, mi pareja, trabajaba y me cuidaba. Me cuidaba y trabajaba. Derrochaba amor y cariño. Le amo profundamente y me ama profundamente. También estuvieron al pie del cañón mis padres y mis suegros. Nunca estuve sola y los ramos de flores llegaban sin cesar. El teléfono no dejó de sonar y los amigos sacaron tiempo de donde fuera para traerme un poco de consuelo y distracción. No me arrepiento en absoluto de haber contado mi enfermedad. Y hoy todo el mundo sigue cuidándome. Me siento muy querida y amada. En vosotros está mi fuerza. Gracias por quererme.

viernes, 24 de octubre de 2008

Primera visita a la oncóloga

Ayer visité por primera vez una oncóloga, la Dra. Laura García Estévez. La enfermedad sigue su proceso habitual, pero la espera de esta cita me ha parecido una eternidad. He perdido demasiado tiempo en imaginarme lo peor: largas y fuertes sesiones de quimioterapia que resquebrajarían mi frágil y delicado cuerpo. A las dos en punto de la tarde mi pareja Edu y yo llegamos al CIOCC -Centro Integral Oncológico Clara Campal- del Hospital de Madrid. Uno se imagina que en un centro oncológico sólo verás personas sin cabello, o con el pelo muy corto y negro, con pañuelos en la cabeza, caras demacradas, con enormes y oscuras ojeras… Y no es así.

A simple vista, este hospital parecía un centro de salud cualquiera, con enfermedades comunes, fiebres, lumbalgias, huesos rotos... Pero en pocos segundos Eduardo y yo descubrimos lo que hace distinto y único a un centro oncológico: la angustia, la congoja, la incertidumbre y el miedo flotan en el ambiente de una forma tan invisible como palpable al menor roce. Y la gente suplica con gritos silenciosos por un poco de afecto y ternura. Después de preguntar por mi cita en recepción, Edu disparó la máquina para hacer la fotografía que ilustra este articulo. De repente, una señora de cara amable y ojos claros me ha preguntado si yo era la enferma. Le he dicho que sí, que me habían extirpado los dos pechos. Cuando yo le he preguntado qué le ocurría a ella, ha llorado desconsoladamente y ha hablado balbuceando: “mi marido está muy mal, muy mal, tiene cáncer de pulmón, y esta noche le ha dado por querer dormir en el salón de casa. ¿Y cómo le voy a dejar sólo en el salón? Y yo no he podido dejarle solo. A las 4 se ha despertado, y luego más tarde otra vez… Y por la mañana le he acompañado a quimioterapia, y después a otras pruebas…”

La he visto tan cansada y débil que no he podido más que acariciarle la mejilla, abrazarla y decirle que en cuanto durmiera un poco estaría mejor… Mientras la estrechaba fuerte, he sentido otros brazos que nos envolvían a las dos. Eran los de Edu que también se ha acercado a consolarla. A mi pareja se le ha ocurrido invitarla a un café, y ha conseguido que la señora sonriera: “no, gracias, tengo que irme enseguida. Además, soy muy llorona y os daría la mañana”. Nos hemos vuelto a besar, a abrazar, nos hemos dicho que nos veremos en el hospital… “Por cierto, me llamo Cristina” “y yo Dulós”. Nos hemos dicho adiós con la mano varias veces. Y Cristina ya no lloraba. Sonreía. Ahora parecía tener más energía y aliento para ayudar a su marido enfermo.

En la planta inferior del CIOCC la Dra. Laura García Estévez ya nos estaba esperando. Inquietos y nerviosos, nos sentamos en la consulta. Ante nosotros, una médica de mediana edad, afable, guapa, con voz suave y delicada que transmitía confianza y franqueza. A los pocos minutos ya hablábamos como si se tratara de una antigua amiga. Después de estudiar minuciosamente todos mis informes médicos, la conclusión de la especialista fue la siguiente: “Debo hacerte una prueba de Biología Molecular, el Fish Her2, si sale positiva, deberás someterte a sesiones de quimioterapia, si sale negativa, no”. La Dra. Estévez nos lo explicó lo mejor y lo más llanamente que pudo: esta prueba nos dirá la virulencia del cáncer que he padecido. También nos dijo que si no era necesaria la quimioterapia, debería tomar unas pastillas de hormonas. Estas pastillas tienen la misma eficacia que la quimioterapia, es decir, también evitan que se reproduzcan los tumores cancerosos, pero son mucho menos agresivas, con lo cual ni se te cae el pelo, ni te mareas, ni vomitas. Eduardo y yo nos miramos a los ojos. Sonreímos tímidamente y nos cogimos de la mano. Los dos confiábamos plenamente en la doctora, a la que acabábamos de conocer hacia apenas una hora. Sabíamos que no se equivocaba, que cualquiera de las dos opciones sería la que me salvaría la vida. Ahora que cabe la posibilidad de que me libre de la quimioterapia, he dejado de tenerle miedo. ¡Pase lo que pase, y pase por lo que pase, lo único que quiero, es vivir, luchar, sufrir, caminar, acariciar, besar, amar!

Eduardo:

Pues ya estamos en el siguiente paso, saber si hay quimio o no. Desde que los médicos empezaron a ver las pruebas antes de la operación, siempre nos habían dicho que probablemente Dulós necesitaría quimioterapia. Y ahora nos encontramos con la grata sorpresa de que puede ser que no haga falta. Pues Dulós lo lleva muy bien, está muy animada y estas sorpresas la animan más todavía, lo cual debo reconocer que me preocupa mucho. No sería plato de gusto que al final necetirara quimio, sería lo que coloquialmente se denomina "un buen palo". Pero hay que estar preparado para todo, así que el día 4 veremos. De cualquier manera, Dulós va a seguir rodeada de gente estupenda y pase lo que pase, seguro que entre todos haremos que el camino sea más facil.

domingo, 19 de octubre de 2008

"Eres una preciosa figura de barro sin moldear"

“Eres una preciosa figura de barro sin moldear”… Me quedé, estupefacta, sin palabras… ¿Cómo era posible que mi pareja me describiera de una forma tan sensible y tierna después de ver mi cuerpo, sin mamas y con dos espantosas y negras cicatrices de lado a lado de mi pecho?

Hacía más de dos semanas que me habían extirpado los pechos, y yo todavía era incapaz de mirarme ni tan siquiera el escote. Me daba un miedo atroz. Incluso nunca me atreví a palparme con la mano por debajo del jersey. No podría soportar que mi mente obtuviera la más mínima información de las cicatrices. En el fondo, imaginaba cuál era mi aspecto real, pero inconscientemente pensaba que mientras no me viera, era como si todavía conservara mis senos. Mi cuerpo seguía viviendo igual que lo hacía con ellos, pero me negaba a aceptar la cruel realidad. Pensaba que, si nadie me obligaba, quizá no tendría que verme hasta que mis prótesis ya me hubieran hecho de nuevo mujer completa. Pero es difícil no verse reflejada en los espejos que adornan los modernos baños. Aún así, en casa nunca me vi, hasta que un día…

Estaba tumbada en la consulta de mi cirujano plástico, el Dr. Martínez Murillo, del Hospital de Madrid, mientras me efectuaba una de las habituales curas semanales. De repente, se me ocurrió preguntarle: “¿Asusto?” Y él, con su habitual sonrisa, contestó: “Sí”. Consiguió que me riera. Entonces me contó que una de sus pacientes le aseguró que ella se parecía a la novia de Chuky, el muñeco diabólico, a lo que yo, volví a preguntarle: “¿y yo, me parezco a esa muñeca?” Y volvió a responderme: “Sí”. Y acto seguido le preguntó a Eduardo: por cierto, “¿Tú eres Chuky?” En ese momento, los tres empezamos a reírnos de esa situación absurda y a la vez divertida. El doctor consiguió que mi nerviosismo desapareciera y, casi sin pensarlo, le dije, “dame un espejo, seguro que estoy más guapa que la novia de Chuky”. Y de nuevo nos reímos. Me miré y…

¡Qué gran trabajo el que hizo conmigo el Dr. Murillo ese día! Quitó dramatismo a la primera vez que me vi el pecho después de la operación. No os lo vais a creer, pero no me vi monstruosa. Sí, me vi sin pechos, plana completamente, no tenía pezones, me vi dos cicatrices horribles, negras y con multitud de puntos… La verdad es que estaba desagradable, antiestética, imperfecta… pero no me impactó. No lloré. Mi mente estaba preparara para esa visión de mi misma. Para la visión de una mujer a la que le han extirpado las dos mamas y que tiene que pensar en el mañana, en el futuro con las heridas cerradas y las prótesis implantadas. Mientras, tenía que vivir el día a día con naturalidad y teniendo claro que estaba venciendo una enfermedad grave. Está claro que… ¡con una sonrisa y buen humor, se superan mejor las penas!

viernes, 17 de octubre de 2008

¡He salido en la tele!

Informativos Telecinco me ha propuesto participar en la Campaña contra el Cáncer de Mama, algo que me ha llenado de orgullo e ilusión.
Telecinco está realizando una gran labor en favor de todas las mujeres que estan pasando por esta grave situación. Todo lo que se haga es poco.

http://www.mitele.telecinco.es/informativos/sociedad/49432.shtml

Informativo de Pedro Piqueras:




Programa matinal de Mª Teresa Campos:

miércoles, 15 de octubre de 2008

La operación


Dulós:
“Mira bien estos pechos porque les quedan pocas horas de vida", bromeo con el enfermero, el cual se queda fascinado al verme tan animada y bromista. “Pobrecitos”, le digo. “¿Me los darán luego en un bote…?” El sanitario, que es más de la gresca que yo, consigue que me olvide de la operación con sus también divertidos chistes.
A las ocho y media en punto llegamos al Hospital de Madrid Sanchinarro. Eduardo y yo nos dirigimos al servicio de Medicina Nuclear. Deben marcarme el Ganglio Centinela –el primer ganglio de la axila al que llegaría el cáncer- para poder localizarlo y extraerlo durante la operación. Entramos cogidos de la mano. Me siento segura. Ando con paso firme. Me he dicho tantas veces que no debo desfallecer, que he acabado por creérmelo. Incluso demuestro alegría y optimismo. Entre esta prueba y el ingreso tengo que esperar un par de horas y decidimos ir a un centro comercial cercano a hacer unas compras. Lo primero es adquirir un montón de revistas: ¡ilusa de mí! Pienso que después de la operación estaré tumbada en la cama leyendo como una reina. También me paso por la sección de ropa de mujer, sin saber que me pasaré días sin encontrar nada que disimule mi “tabla de planchar pectoral”. Y así, de mostrador en mostrador, y poco a poco, en mi estómago van anidando multitud de bichos y bestias perversas que pretenden comerme mis entrañas. Volvemos al hospital, pero esta vez, mi cara está blanca y desencajada. Ahora no hablo y mi mirada está perdida. Dejo que Eduardo se encargue de todo. Llegan mis padres y mis suegros. Pretenden esconder su ansiedad y nerviosismo, pero les veo tan poco naturales como a un actor en su primer día de función. La enfermera, muy amablemente, me dice que me ponga la bata blanca del hospital ya que muy pronto van a venir a buscarme. Y así es. Y en ese momento empieza mi “drama”: Yo, Dulós, me tumbo en la cama… el camillero, con su sonrisa estudiada, empieza a empujar el lecho hacia el pasillo… me entra una congoja, un agobio y una presión en todo mi cuerpo… me ahogo, me falta el aire… ha llegado el fin de mi vida compartida con mis pechos, con una parte de mi cuerpo, de mi ser, de mi! ¡Y todo por una cruel enfermedad! ¡Maldita seas! ¡Grito, me rebelo, lloro! Me giro hacia mi pareja, mis padres y mis suegros y les mando con la mano temblorosa un beso a cada uno. Un beso repleto de amor y ternura… un beso por estar a mi lado en el momento de mi vida en que más miedo estoy pasando. Un miedo terrorífico y atroz. ¡Gritaría hasta morir! Se despide la Dulós “con pechos”, porque volverá la Dulós “sin pechos”. Ya en el quirófano, poco recuerdo. Sólo sé que había mucha gente alrededor. Me tiendo en la camilla, me ponen las vías, me dibujan en los pechos unas líneas y… ya todo es oscuridad.

Eduardo:
Llega el día de la operación. Es un cúmulo de nervios y sensaciones difícil de describir. Y el momento álgido es cuando se llevan a Dulós hacia los quirófanos. Mi recuerdo de ese momento es duro, durísimo. El momento de ver a tu pareja con la cara desencajada en la cama, llorando desconsoladamente y gritándote que no quiere ir…¡horrible!. Tuve que salir detrás de ella para consolarla, pero no había manera. Era como una niña pequeña muerta de miedo pidiendo ayuda. Y se marchó. Volví a la habitación, allí estaban sus padres y los míos. Qué vacía estaba sin Dulós, y ¡qué silencio! El hueco de la cama…la habitación parecía un campo de fútbol. No dejaba de pensar en lo duro que era para Dulós perder los pechos, lo que significaban para ella en todos los sentidos. Incluso en alguna conversación nuestra, había afirmado que después de la operación sería…”menos mujer”. Como Dulós no tenía suficientes miedos, encima tenía un hueco para preocuparse por lo que yo sentiría o pensaría. ¡Es una mujer increíble! Lo cierto, es que en lo último que yo pensé y pienso es en los pechos de Dulós, me preocupa bastante más su sufrimiento y todo lo que le quedaba por pasar, incluida la aceptación de su… ¿nuevo cuerpo?
Cuando a las tres horas y media salieron los dos cirujanos a comunicarme que todo había salido perfectamente, incluso el Ganglio Centinela… me tuve que contener para que no saltaran las lágrimas.

martes, 14 de octubre de 2008

Estas fotografías las tomé en Thailandia:

El cáncer me puede matar; pero por fortuna, lo tengo todo a mi alcance para luchar contra él. A estos niños les puede matar, sencillamente, el hambre. Y ellos, sólo disponen de sus manos para enfrentarse a cualquier adversidad que se les presente en la vida. Estos días, cuando alguna lágrima resbala por mi mejilla, miro estas fotografías. Ellos, tan pequeños e indefensos, luchan por sobrevivir igual que yo, pero sin un cáncer que les oprima las entrañas. Estos niños deberían estar jugando... y yo, no debería llorar tan sólo por respeto a ellos.




















sábado, 11 de octubre de 2008

Maldita ducha



Dulós:
Siempre he sido una mujer presumida. De las que les gusta estar guapas y que las miren. Yo estaba especialmente orgullosa de mi cuerpo. En mi casa, una de las estancias en las que más tiempo paso es en el baño. Me agrada que los botecitos estén en fila, por orden, a mano… Me encanta la variedad de colores que emergen de cada uno de los rincones del lavabo, que he decorado con multitud de flores y jarrones con arenas y piedras perfumadas. Y en la ducha, -cuya vista se disfruta desde todo el baño porque es una cabina toda transparente- penden toda clase de botellas y tubos de gel, jabones, champús, exfoliantes, cremas, mascarillas… ¡parece una perfumería! Mientras esperaba la operación de la mastectomía, evidentemente, no dejaba de disfrutar de mis estadas en el baño. Pero de repente, un día, me di cuenta de algo demasiado turbador para comprenderlo y de lo que no había sido consciente hasta ese momento: en la ducha me lavaba evitando mirarme al espejo y al salir de ella me tapaba rápidamente para ir a vestirme a la habitación. Reflexioné. Y me di cuenta que hacía muchos días que inconscientemente evitaba ver mi cuerpo desnudo reflejado en el espejo. También reconocí que, sin darme cuenta, no me había palpado los pechos hacía muchos días. Ahora era consciente de una nueva relación con mi cuerpo y supe que odiaba cada centímetro de mi piel: en realidad aborrecía, detestaba y rechazaba especialmente la zona de mis mamas. ¿Qué me pasaba? Yo creía que debía sentir cariño hacía ellas, que ya que las iba a perder, debía disfrutarlas y palparlas hasta memorizarlas hasta la saciedad el poco tiempo que siguieran a mi lado. Pero no era así. Mi mente las repudiaba. Inmediatamente llamé a mi tía Pilar, una persona especial y maravillosa que ha dedicado su vida a querer y amar. Es enfermera y pensé que quizá podría ayudarme. Y así fue. “Dulós, lo que te pasa es muy sencillo”, me dijo. “Tu mente, que es mucho más inteligente de lo que nos pensamos, sabe que dentro de ti hay algo terrible, algo que te está matando, y por eso, no quiere ni verlo…” Ese día lloré. Lloré porque fue durante la conversación con mi tía cuando perdí realmente mis pechos. No los perdería en la operación. No los perdí cuando me dijeron que tenía cáncer de mama. Los perdí en el preciso instante en que mi mente me dijo que si seguían conmigo me matarían. Lloré, pero también sonreí, porque el hueco que dejarían en mi cuerpo no se quedaría vacío… Porque el cáncer no me ha quitado nada, me ha dado lo más grande que se pueda dar: ¡vida!

viernes, 10 de octubre de 2008

Yo me salvé en Barajas

Dulós:
Las lágrimas no me dejaban ver el enorme plato de arroz que el camarero me había servido. Yo sabía que casi no lo iba a probar. Edu había decidido llevarme a comer paella, que es nuestro plato preferido. Y así, sin darme cuenta, estaba sentada en uno de los restaurantes más caros y famosos de Madrid. Pero yo tenía cáncer de mama. Cáncer. No era posible. Me lo acababan de decir y mi pareja pretendía que comiera. Que bebiera. Que viviera. Que hiciera como si nada. Me decía que me curaría. Que me lo habían encontrado a tiempo. Que yo era fuerte… ¡Y qué sabía él! ¿Y qué sabía yo misma? Sólo podía balbucear entre sollozos que la gente moría de cáncer, y mi mente se imaginaba a mi cuerpo encerrado en una oscuridad espeluznante. Yo notaba a Eduardo inquieto y confundido. A la vez, me daba la mano y me miraba a los ojos con expresión compungido. Demasiados sentimientos juntos que me atemorizaban y confundían todavía más. De repente, una llamada telefónica al móvil de Eduardo nos trasportó a la realidad. Era su heramano Jorge: “un avión se ha estrellado en Barajas. Iban 172 personas a bordo”. Al oír la noticia mi corazón dio un vuelco. Me estremecí. Dejé de llorar en seco. “No puede ser, es espantoso”, le dije a Eduardo. A menudo escuchamos noticias de accidentes de avión, pero nos quedan demasiado lejanas. Éste, lo vivimos como si uno de nuestra propia familia viajara en él. Había pasado en España. En Madrid. Nosotros mismos podíamos haber viajado en ese aparato. “¡Qué horror!, exclamamos”. A partir de conocer la noticia, Eduardo conectó su móvil a Internet y estuvimos el resto de la comida leyendo las cada vez más inquietantes y trágicas noticias que llegaban del aeropuerto de Madrid. A los postres, lloré por los muertos de Barajas. Ya no tenían ninguna ilusión, perspectiva, anhelo ni esperanza. Sólo tinieblas. Pero también volví a llorar por mí. Aunque yo sí podía tener sueños, deseos y ambiciones que cumplir. Sólo me faltaba ánimo y aliento. Y no era poco. Me sequé las lágrimas y esbocé una leve sonrisa al camarero cuando le dije adiós.
Eduardo:
Ciertamente la cara de Dulós lo decía todo, estaba desencajada. Hablamos de muchos temas, de todo lo que se nos ocurría, y en cuanto salía el tema del cáncer, yo sacaba otro, y desviaba la conversación. Reconozco que esta estrategia no le gustaba nada de nada, pero no encontraba otra manera de sobrellevar mejor la difícil situación. No es que el momento, la noticia, no fuera grave, que lo era, o que un servidor no entendiera dicha gravedad. Es que incluso ahora, a día de hoy, no veo otra manera de reaccionar o de apoyarla por mi parte. Uno se puede recrear en las desgracias pero entiendo que no merece la pena. De ahí mi interés en intentar desviar la atención. Hay que ser práctico, o eso pienso: el diagnostico no es pecata minuta, el susto había sido mayúsculo, y Dulós estaba en el primer paso, pero aún le quedan quinientos más, así que vamos a tratar de llevarlo de la mejor manera posible. Obviamente para ella, yo no tengo ni idea de lo que le pasa, ni de lo que va a suceder a partir de ahora. ¡Cuanta razón tiene!..
... "Siempre he sido una mujer presumida".

jueves, 9 de octubre de 2008

La noticia

Dulós:
Eduardo, mi pareja desde hace casi dos años, no soporta llegar tarde a las citas. Así que yo me he vuelto puntual a su lado. A la una en punto estábamos los dos en el Hospital de Madrid de Torrelodones. Era el día 20 de agosto. Andábamos contentos porque al día siguiente nos íbamos de vacaciones a Andalucía. Yo nací en el Mediterráneo, me crié en la población gerundense de Platja d’Aro y ya de chiquilla correteaba por la playa invierno y verano. Siempre me ha gustado estar muy morena, porque así me veo más guapa. Recuerdo que de joven me pasaba horas y horas al sol, sin preocuparme por coger un cáncer de piel, aunque todo el mundo me criticaba de inconsciente. ¡Y vaya si lo era! Incluso hubo una época en que hice top-less. Pero dejé de hacerlo porque como en la playa no me ponía las lentillas, no veía nada. Y un día, haciendo el indio en el agua con un flotador enorme con mi hermana Cesca, que en aquella época tendría unos 12 años, de repente, vi que me saludaba un señor. Salí del agua con los pechos al aire –yo tan grácil y contenta- y me acerqué a él. ¡Era el presidente de la diputación de Gerona! Por mi trabajo de periodista, le conocía, y tuve que darle la mano... y evidentemente se la di, y conversé con él unos segundos, pero me sentí tan azorada…¡Qué vergüenza! Nunca más volví a ir en top-less... ¡por lo que pudiera pasar! “Dulós”, oí a la enfermera que me llamaba. Eduardo y yo estábamos esperando a la doctora Torres en la sala de espera del Hospital. Me iba a decir el resultado de la biopsia de dos bultos de la mama izquierda. Me habían hecho la revisión ginecológica anual. Yo estaba muy tranquila porque desde joven me han salido muchos bultos en ambos pechos y siempre han sido benignos. A los 18 y 20 años me operaron del pecho derecho para sacarme dos fibroadenomas. Nada importante. Eduardo y yo entramos en un pequeño despacho -con muy poca decoración y muy austero- en el que ya se encontraba la doctora Torres. Está sentada y muy seria. Dice que me siente. Eduardo se queda de pie a mi lado. Miro a la doctora y dice: “Nadie se lo esperaba, el resultado es malo”. Después de unos tensos segundos de silencio, continúa: “es cáncer”. Silencio. Más silencio. En esos momentos yo no pensé en nada. Es como si te dicen que llueve. Como si estuviera viendo una película. Aún así, logré decir que no podía ser. Que se habían equivocado (todavía hoy, que ya me han hecho la mastectomía, sigo pensando que quizá la biopsia perteneciera a otra mujer y que nunca lo sabré)... Yo me quedé con la mente en blanco, en un infinito relajado, sólo escuchando las suaves palabras de la doctora que mi mente no llegaba a descifrar: “primero te harán muchas pruebas para ver si tienes metástasis, luego te operarán; tienes que pedir cita con tu ginecóloga…” De repente, mi gran pregunta, lo que me haría averiguar de verdad si tenía cáncer: “¿me harán quimioterapia?” “Sí” Esa fue la palabra clave. Sí. Un sí que me perforó el cerebro: Me harían quimioterapia. Vomitaría. Se me caería el pelo. Quizá las uñas. Estaría tumbada y destrozada en la cama. Adelgazaría casi como un cadáver. Sí. Tenía cáncer. En esos momentos todavía no llegué a pensar en mis pechos. Ni por asomo imaginé que los perdería. ¡Perdería mis pezones! ¡Los míos! En realidad salí de la consulta pensando que en dos días estaría bien. Le di dos besos a la doctora. Bromeé con ella sobre mis canceladas vacaciones. Sonreí por dentro y por fuera. En el fondo, mi cerebro seguía en blanco y mi cuerpo danzaba en una nube. Nada de lo que pasaba a mi alrededor era real. ¿Cuántos minutos tardaría en llegar la información a mi consciencia? ¿O quizá este era un buen comienzo de mi enfermedad? ¿Un comienzo positivo, valiente, seguro, inquebrantable y firme?

Eduardo:
Demasiadas noticias nada buenas para Dulós: cáncer, pruebas, operación, quimioterapia… Está blanca y a la vez sorprendida; el silencio se podría cortar con un cuchillo. Veo que no lo está encajando nada bien, hace preguntas sueltas sin orden ni concierto. Una y otra vez me mira fugazmente como diciéndome: “¿qué me está pasando?, no entiendo nada”. Inmediatamente pienso: “hay que hacer algo rápido en el mismo momento del shock”. Entonces, la doctora tuvo una “feliz” idea: que nos fuéramos a la playa los días que ya teníamos previstos, y a la vuelta, empezaríamos con las pruebas. En esas palabras vi clara e inocentemente mi tabla de salvación para ayudar a Dulós y distraer sus acongojados y angustiados pensamientos… ¡inocente de mí! Cuando apoyé la idea de la doctora, recibí… ¡menuda mirada! … -no soy capaz de describirla con palabras-. En esos momentos creo que pensó que yo era el ser más insensible, frio y flemático del mundo, aunque mi intención era buena. Decidí cambiar de estrategia, pero bajo ningún concepto ir a casa a llorar las penas.